lunes, 16 de diciembre de 2013

La ensoñación de la vigilia

Mis manos buscan tus manos, asidas al lecho por encima de tu cabeza. Mis manos te han desnudado y ahora te visten de caricias. Mi boca busca tu rostro, para cubrirlo de besos, hasta su encuentro con tu boca. Mi lengua juega con la tuya, buscándola y escondiéndose de ella, tal es el lenguaje del deseo. Mi cuerpo se ha adherido a tu cuerpo y mi piel cubre tu piel envolviéndola en los jadeos anticipados del placer avistado.

Ahora son ya mis manos, mi boca, mi cuerpo, quienes ejercen su imperiosa necesidad de recorrer toda tu existencia física: por la espalda, tan infinita; por el vientre, tan suculento; por las piernas, tan nerviosas; por tus senos, tan rabiosos...

Estás aullando, de puro placer devenido éxtasis, y en el preciso instante en que tu boca gimiente pronostica el arqueo del cuerpo en pos de su permiso para adentrarme en él, surge a borbotones tu satisfacción amorosa, que crece y crece y sigue creciendo, hasta que en los cielos no hay más grito que el tuyo, hasta que en el infierno no fluye ningún otro calor que el de tu alma...



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